La «Modernización» Aprista de la Política Antiinflacionaria

sábado, 5 de abril de 2008

Félix Jiménez


Economista Ph. D.

Profesor Principal de la PUCP


Con la inflación del mes de marzo de 1.04%, la inflación acumulada en los últimos doce meses asciende a 5.55%. Muy superior a la meta de 2% y a su límite superior de 3%. La inflación de los próximos 9 meses tendría que ser de 0.01% promedio mensual para que la inflación de este año termine en 2.3%. Pero no hay santo en el gobierno que haga este milagro. Si la inflación en lo que resta del año es de 0.3% promedio mensual, terminaríamos diciembre con una inflación anual de aproximadamente 5%. ¿Qué hará Alan García para que «los rangos de inflación que ha señalado el Banco Central de Reserva, tal vez con una mínima variación», se cumplan?

Este es el resultado de la «modernización» aprista de la política antiinflacionaria, cuya lógica impregna el último texto de Alan García «La Revolución Constructiva del Aprismo: teoría y práctica de la Modernidad». Se trata del adosamiento del supuesto cuerpo ideológico del aprismo a conceptos y políticas inconexos y aparentemente «modernos» que García resume como «programa económico de amplia apertura exterior y a las inversiones». No hay diferencia metodológica entre sus «errores» de ayer y su adhesión al neoliberalismo de hoy: ambos son meras yuxtaposiciones conceptuales.

Teoría y práctica de la modernización antiinflacionaria

La historia de este proceso puede hilvanarse a partir de algunos hechos notables. Uno de especial importancia es la anécdota que ocurre en Uruguay durante las XXII Jornadas Anuales de Economía en agosto de 2007. En este evento el presidente del Banco Central de Reserva (BCRP) respondiendo a la pregunta de uno de los asistentes, dijo que la reducción de la meta inflacionaria de 2.5% a 2% y de los límites del rango de esta meta de 1.5% y 3.5% a 1% y 3%, respectivamente, se hizo para dar la señal al público que el gobierno de García está comprometido a lograr tasas de inflación bajas, distintas a las obtenidas en su primer gobierno.

Estas y las otras modernizaciones ocurren justamente cuando desde el año 2006 se invierte la tendencia ascendente del superávit externo con la drástica reducción de la contribución de la demanda externa al crecimiento económico (véase Cuadro y Gráfico con proyecciones para el período 2008-2011). La razón: las políticas de «amplia apertura exterior» y de libre mercado que promueven y apoyan Alan García y, por supuesto, el presidente del BCRP. Este último, al declarar su adhesión a una mayor flotación del tipo de cambio tan pronto asumió el cargo, provocó el desarrollo, al principio en forma larvada, de un proceso de apreciación de la moneda nacional que después se manifestó en un proceso especulativo abierto contra el dólar. Velarde «enfrentó» este proceso subiendo los encajes y originó, con ello, un revoltijo en la política que puso en riesgo el sistema de metas de inflación y la eficiencia de su regla de tasa de interés. Por su parte, el ejecutivo (MEF) efectuó dos rebajas arancelarias (en diciembre de 2006 y en octubre de 2007) que aceleraron el crecimiento de las importaciones en valores corrientes y constantes.

Se empezó bien en enero de este año cuando el BCRP elevó su tasa de referencia de 5% a 5.25% para combatir el repunte inflacionario que alcanzó la tasa anual de 3.93% a fines de 2007. Por su carácter básicamente importado, la inflación no era un problema central ni resultado de un supuesto sobrecalentamiento de la economía. Después se «innovó» la forma de combatirla con el incremento de los encajes que, según Velarde, también se utilizó para atacar la especulación contra el dólar y la consecuente apreciación de la moneda nacional. De otro lado, el MEF utilizó ese carácter importado de la inflación para justificar la rebaja arancelaria de octubre de 2007 y la del 7 de marzo último que afectó a 285 partidas de alimentos, al mismo tiempo que, con el mismo propósito, disminuyó el Impuesto Selectivo al Consumo de Combustibles (ISC).


Muchos instrumentos e instituciones para un sólo objetivo: abatir la inflación. Se violó el principio de Tinbergen. Esta «modernización» aprista de la política antiinflacionaria, en lugar de parar el crecimiento de los precios, ha provocado la pérdida de credibilidad y reputación del Banco Central, único responsable, por ley, de asegurar que la inflación no se desvíe de la meta. Ni la caída del tipo de cambio (que el gobierno no impide de manera radical precisamente por temor a la inflación), ni las rebajas arancelarias y del ISC, ni el aumento de los encajes, han impedido que la tasa de inflación de marzo sea casi el doble de los pronósticos ofíciales y oficiosos. Se ha perdido el control de las expectativas inflacionarias. En estas condiciones, los nuevos incrementos en los encajes que entraron en vigencia este mes, y que la autoridad monetaria supone equivalente a un aumento de la tasa de interés de referencia en 50 puntos básicos, tampoco tendrán efectos antiinflacionarios decisivos.

Hacia un desequilibrio externo con inflación

La tendencia hacia el desequilibrio externo generada por las políticas aperturistas y la apreciación de la moneda nacional, es ahora acompañada por el problema de la inflación. A pesar de la ineficiencia de los instrumentos utilizados para enfrenarla, el gobierno persiste en la expansión de la demanda interna como el motor del crecimiento económico y en la contracción del tipo de cambio (cuando este muestra signos de recuperación, el Banco Central no compra dólares). En otras palabras, está acentuando el actual proceso inflacionario con presiones de demanda, al mismo tiempo que está deteriorando la competitividad de la exportación no tradicional y, por lo tanto, el sector externo de la economía. Se está jugando con fuego en un contexto de desaceleración del crecimiento de la economía internacional.

El principal estímulo a las presiones de demanda proviene del crédito doméstico al sector privado. Es la demanda de este sector la que lidera el crecimiento y la que explica el 90.9% del crecimiento de la demanda interna del año 2007. La demanda del sector público no es relevante (véase Cuadro). Entre febrero de 2007 y febrero de 2008 el crédito en moneda nacional de las empresas bancarias al sector privado creció 49.4% (equivalente a aproximadamente US$ 3 mil millones). Durante el mismo período el crédito en moneda extranjera de las empresas bancarias al sector privado aumentó en 34.8% (equivalente a US$ 3 613 millones). Este crecimiento de los créditos en moneda nacional y extranjera, son los que están detrás del crecimiento de la demanda interna privada por producción nacional e importaciones.

Los créditos en moneda extranjera aumentaron de manera espectacular con este gobierno. La tasa de crecimiento mencionada es cerca de cinco veces la tasa registrada entre enero de 2006 y enero de 2007. Como parte de su adhesión a la «amplia apertura exterior», el gobierno, a través del BCRP, estimuló al crecimiento de los pasivos externos de corto y largo plazo de las empresas bancarias con el aumento de la remuneración al encaje en moneda extranjera de 2.5% a 3.5% -medida contraria a la desdolarización de los depósitos y de los créditos. Entre enero de 2007 y enero de 2008, estos pasivos aumentaron en 332.3% (equivalente a US $ 3 469 millones).

Las medidas alternativas de política

Como señalamos en un artículo anterior la hipótesis de sobrecalentamiento oculta los efectos negativos sobre el sector externo de la política comercial, de la expansión espectacular del crédito en ME y de la erosión de la regla de intervenciones esterilizadas en el mercado cambiario. A este se le ha agregado ahora la inflación por el descontrol de las expectativas. Es urgente tomar medidas para combatir estos problemas, antes que se acentúe la crisis recesiva actual de los Estados Unidos.

En primer lugar, como la presión de demanda por el lado del sector público es reducida, hay que afectar principalmente la presión de demanda que proviene del sector privado. Para ello se debe reducir radicalmente el crédito en moneda extranjera. Así se matarían dos pájaros de un tiro: las probables presiones inflacionarias por el lado de la demanda y el crecimiento de las importaciones para, en lo posible, revertir la actual tendencia al desequilibrio externo.

En segundo lugar, para evitar la crisis del sector externo, también se debe subir el tipo de cambio con compras esterilizadas de dólares más activas. Este mecanismo puede complementarse con controles más efectivos a los flujos de capitales de corto plazo.

En tercer lugar, debe iniciarse la configuración de un sistema tributario más progresivo, empezando con la introducción de un impuesto a las remesas de utilidades de las empresas transnacionales, para disminuir el déficit del rubro Renta de Factores de la Balanza de Pagos, que asciende aproximadamente a 8% del PBI. Esta medida permite guardar pan para mayo y sirve asimismo para evitar la crisis del sector externo.

En cuarto lugar, con los mismos propósitos insistimos en aplicar una sobretasa arancelaria temporal para contraer la demanda de importaciones.

Finalmente, para combatir los efectos inflacionarios netos del aumento del tipo de cambio y de los aranceles, la autoridad monetaria debe recuperar su autonomía y credibilidad. Para ello debe retornar al manejo limpio de su instrumento tasa de interés, sin interferencias del ejecutivo, y cuidar, ciertamente, el sistema de metas de inflación para volver a anclar las expectativas.

En ningún caso deben frenarse las inversiones públicas.

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